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“Me odian por ser lesbiana, pero Dios me ama”: la iglesia keniana que abre sus puertas a personas LGTBIQ+

“Me odian por ser lesbiana, pero Dios me ama”: la iglesia keniana que abre sus puertas a personas LGTBIQ+

En un momento del culto, Jacinta Nzilani, una mujer de 60 años, la persona más mayor de cuantas se han congregado hoy, se levanta y pide el micrófono. La mayoría de los presentes (los más veteranos ataviados con elegantes trajes de domingo, los jóvenes con ropa ancha y deportiva), la observan expectantes. “Yo vengo de un pueblo, que está en una zona rural muy remota, en donde ni siquiera tenemos agua. ¡Oh, creedme! ¡Allí la gente me odia! ¿Sabéis por qué? Porque soy lesbiana. Esa es la única razón que tienen. Yo sé lo que es pasar por eso. Pero, aun así, sé que Dios me ama”, comienza. La gente aplaude, se emociona y vuelve a guardar silencio para que Nzilani siga hablando: “Sé que vamos a encarar muchos problemas, tantos que ni siquiera puedo decirlos. Pero vamos a ser fuertes, vamos a amarnos. Por eso estamos aquí, para celebrar el amor de Dios”.

En realidad, una de las cosas que convierten en especial la historia de Nzilani es precisamente que quiera contarla en público. Lo hace gracias a la Cosmopolitan Affirming Church (CAC), una iglesia keniana que se inspira en las tradiciones religiosas cristianas y que da la bienvenida abiertamente a las personas LGTBIQ+. No es algo sencillo en un lugar como Kenia, una nación donde el código penal castiga “el sexo contra el orden natural” con penas de hasta 14 años de prisión” . Aunque lo cierto es que en la práctica no suele aplicarse esta ley, personas como Jacinta Nzilani sufren discriminación y violencia a menudo. “Yo estuve casada con un hombre. No me declaré lesbiana abiertamente hasta los 45 años. Desde entonces me han escupido, me han agredido sexualmente para saber qué me pasaba… He pasado muchas cosas horribles”, cuenta.

Queríamos un lugar para ser nosotros mismos y conectar con Dios, pero la seguridad es un problema. Este es el décimo espacio que utilizamos. Estamos aquí desde el 2021

Caroline Omolo, cofundadora de CAC y pastora de la iglesia

“Queríamos un lugar para ser nosotros mismos y conectar con Dios, pero la seguridad es un problema. Este es el décimo espacio que utilizamos. Estamos aquí desde el 2021”, explica Caroline Omolo, una mujer de 49 años que fue cofundadora de CAC en 2013 y que actualmente es una de las pastoras de la iglesia. Habla sentada en una silla de la oficina de la asociación, que se encuentra situada en la tercera planta de un edificio de Nairobi, la capital del país. Es una sala contigua a la habitación donde se realizan los cultos todos los domingos. Encima de su cabeza, una pantalla recoge las imágenes de la decena de cámaras de vigilancia que custodian la sede. “La iglesia, en total, tiene 780 miembros. Al culto de cada domingo acuden de 70 a 150 personas, dependiendo del día. Aquí viene gente de diferentes contextos y ambientes”, cuenta.

La pastora Caroline Omolo dirige unas palabras a los feligreses congregados en la sede de la CAC, en Nairobi, Kenia, el 20 de julio de 2025.
La pastora Caroline Omolo dirige unas palabras a los feligreses congregados en la sede de la CAC, en Nairobi, Kenia, el 20 de julio de 2025. José Ignacio Martínez Rodríguez

Omolo habla de las dificultades afrontadas durante todos estos años. Desde el complicado comienzo, en el que ni siquiera disponían de un lugar de reunión, “nos juntábamos en una casa particular hasta que una organización de trabajadoras sexuales nos prestó su sede”, hasta las historias de discriminación y también los casos que suponen ventanas abiertas a la esperanza. Uno de los últimos sucedió en febrero de 2023, cuando la Corte Suprema keniana, en una votación de 3 a 2, ratificó la inconstitucionalidad de rechazar la inscripción de una asociación LGTBIQ+ basándose únicamente en la orientación sexual de los solicitantes. Esta decisión confirmó, por lo tanto, que el derecho a formar asociaciones (recogido en el artículo 36 de la Constitución aprobada en 2010), se aplica a todas las personas del país sin excepción. “Desde entonces, ha habido un aumento de registro de organizaciones con las siglas LGTBIQ+”, confirma Caroline Omolo.

Temor y desconfianza

Pero, si bien hay motivos para la esperanza, también los hay para la desconfianza o el temor. Solo unas semanas después de la decisión de la Corte Suprema, un parlamentario presentó la llamada Family Protection Bill, un proyecto de ley que buscaba penalizar la promoción y financiación de toda actividad LGTBIQ+, prohibía explícitamente la homosexualidad y las uniones del mismo sexo e incluso hablar con pronombres distintos al sexo asignado al nacer. En su articulado recogía, además, la pena de muerte para casos de “homosexualidad agravada” (relación con menor o persona vulnerable, o la transmisión de una enfermedad mortal) y establecía condenas de siete años de prisión para quienes faciliten espacios para realizar “actividades homosexuales”. El texto, que fue ampliamente divulgado, no se ha convertido en ley ni se ha debatido formalmente en Parlamento, aunque activistas LGTBIQ+ han denunciado que ha generado estigma, acoso y violencia.

Kevin (nombre ficticio), un joven de 22 años que vive en Nairobi, lleva dos años acudiendo a las reuniones religiosas de la CAC. “Un amigo me habló de este lugar. Vine por curiosidad y, como me gustó, decidí quedarme. Ahora intento no faltar ni un domingo”, explica. Kevin afirma también que aquí puede ser él mismo sin renunciar a su fe, algo que no sucede ni en su casa ni con sus familiares más cercanos. “No, mi madre no sabe que soy gay. No sé si se lo diré más adelante. A lo mejor tengo que vivir toda la vida así, ocultando mi orientación sexual. La verdad es que no he pensado qué voy a hacer en un futuro”, dice. A su lado, John (nombre ficticio), de 23 años, ha venido con las uñas pintadas y habla de la importancia del boca a boca para que fructifiquen lugares como este: “Es la primera vez que vengo, pero me he sentido bien, seguro. Creo que volveré”, afirma.

Algunas veces, he ido a entrevistas y solo me preguntan por mi sexualidad. Les digo: creo que te interesan mis habilidades, no con la persona que duermo

Godfrey Adera, pastor de la iglesia keniana

Godfrey Adera, de 32 años, es otro de los pastores de esta iglesia. Durante su sermón, pronuncia frases como: “¿Por qué se suicidan más hombres gais? Por la presión social, porque nos han enseñado que los hombres no lloran. Nos dicen: sé un hombre, sé fuerte. Pero, ¿y qué pasa si quiero llorar toda la noche? Pues no pasa nada. Nada. No os preocupéis por la opinión que la gente tiene de vosotros. Eso no lleva a ningún lado. Dios nos ama tal y como somos”. Después, cuando concluye el culto, explica a este periódico: “Yo no puedo conseguir un buen trabajo en Kenia. Y no es precisamente porque me falte formación, sino porque la gente me señala como gay. Algunas veces, he ido a entrevistas y solo me preguntan por mi sexualidad. Les digo: creo que te interesan mis habilidades, no con la persona con la que duermo”.

Aunque en los últimos años han proliferado este tipo de espacios en más lugares de África, no suele ser lo habitual. Tanto es así que Adera descubrió la existencia de una iglesia en su país que acoge y cuida a las personas LGTBIQ+ cuando estaba cursando un Máster en Teología en Corea del Sur. Él lo recuerda así: “En una clase, el profesor mencionó esta asociación. Yo nunca había oído hablar de ella, y eso que era el único keniano de todo el grupo. Volví al hotel, la busqué en internet y les escribí para presentarme”. De regreso a Kenia, comenzó a colaborar activamente en las actividades de la CAC y a luchar desde aquí por los derechos LGTBIQ+ en un contexto en el que a menudo resulta una labor complicada. “En ocasiones, los miembros de otras congregaciones religiosas no me respetan. Hay quien ha visto mis publicaciones en redes sociales, o ha leído los artículos que escribo, y me dice: estás hablando de cosas de las que no tendrías que hablar”, cuenta.

Tanto Godfrey Adera como Caroline Omolo son conscientes de que, en ocasiones, grupos ultraconservadores occidentales empujan para que proyectos de ley tan represivos como el mencionado, o como los que ya se han aprobado en países como Uganda, sean una realidad en el continente. Pero aseguran que ellos seguirán luchando desde la fe para lograr espacios seguros e inclusivos. “La religión va de bienestar, de amarse. Es un error usarla para hacer daño, para criminalizar a gente que de ninguna manera es criminal”, finaliza Adera. Por su parte, Omolo reconoce el conflicto, pero mira al futuro con esperanza: “Si este proyecto de ley es aprobado, nuestras vidas van a estar en peligro. Pero si todo sigue un camino normal, el riesgo será mínimo. Yo miro a un futuro donde pueda registrarme con mi pareja [en el registro civil] sin mirar por la seguridad, donde pueda organizar este tipo de eventos sin preocupación”.

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